Raday Ojeda*
BAJO
el llanero se mitifica.
Le viene la palabra al cuello
como un huir
de la sangre.
La luna danza en su sexo.
Los astros oscurecen
con la simplicidad de los mortales
abiertos/ sonámbulos
y naufragados en la
visión de las bestias.
El sudor viene en la voz:
sostiene la transparencia,
el aullido.
DESCONOCÍA POR APREMIO del paisaje
la hondura
con que el estero y la nube
se tragaban al sol
fui al sitio umbroso
de la lluvia:
aguas estancadas
luz en gris 80
e insectos huidizos
presentían
la caída de los astros.
Dios corretea por estos parajes
vestido de hierba.
Sobre el lomo de animales de agua dulce
intenta desmontar
el moho en la corteza
la mancha entorno al árbol
y dejar sólo su sombra
su canto inducido…
Habitan en los ojos del animal
los signos indisolubles de la salvación.
HOY MURIÓ un hombre
tres pasos
más allá
de la cólera del animal
es día de duelo
y clarividencia
entre quienes lo conocimos.
En la memoria
bebí junto a él
de tinajas comunes
y anilladas
por el rescoldo
que huía de los muros.
Su última mirada
yace en la copa de aquel árbol,
asustada.
PARADO en línea horizontal
cavé la tumba del sol
mis manos dragaron ansiosas
la suciedad
con que aparecían los amaneceres
las uñas se consumieron
ofrendándose al barro
y a la podredumbre.
Creí
retornar al sitio pecaminoso
donde fornicaron mis ojos
con tres bestias en celo
rumiantes
al son de la luna,
¡odié la vida!
Soy animal de carga
sin pasto, sombra o agua
semoviente
de una mujer blanca.
El epitafio del sol
resume mi fiel existencia. La planicie
quema una de mis costillas
esta tierra es negra, oscura.
El sol hiere las manías del ojo
y escupe fuego desde las aquiescencias.
Las cenizas que se levantan
huelen a memoria,
mientras zamuros con turbantes encendidos:
vuelan sobre mí,
creyéndome un cadáver.
Fotografía: Arturo Álvarez D'Armas
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